Retenciones a la soja, ¿una Política de Estado?

Por Héctor Huergo.

Tuvo una enorme repercusión nuestro suplemento de la semana pasada, con su sorprendente despliegue en 48 páginas a la campaña de soja, que ya se inicia. En el editorial, presentando el tema, remarcamos que en los últimos 25 años se habían producido mil millones de toneladas, que a los valores de hoy significan la friolera de 500 mil millones de dólares.

Y decíamos también que el Estado había capturado al menos un tercio de esta cifra para destinarlo a otros fines. Más de 150.000 millones de dólares. No solo por retenciones, sino por el desdoblamiento cambiario (que arrecia) y todos los demás impuestos. Fue una verdadera “política de Estado”, porque los derechos de exportación al complejo soja atravesaron todos los gobiernos.

Este hecho dispara una serie de reflexiones. La primera, es que se instala la idea de que no se pueda prescindir de ellas. Y que debemos tomarlas como un dato de la política económica, cualquiera sea el gobierno. “Llegaron para quedarse”. Fue un balde de agua fría que el gobierno de Macri, que había prometido su reducción paulatina hasta eliminarlas, diera marcha atrás, con el argumento de la gravedad de la situación económica. “Temporariamente”.

Bueno, “temporariamente” se convirtió en ley, apenas asumió el gobierno de Alberto Fernández. Los derechos de exportación ahora están por ley, terminando con el principal éxito de la 125, que no fue tanto el hecho de haber evitado el disparate de las retenciones móviles, como el haber evitado que se consagraran en el Congreso. De esto es más difícil volver.

Digamos todo. El sector ha desarrollado enormes ventajas competitivas y pudo seguir creciendo, a pesar de la exacción, que viene de lejos. Recuerdo que durante el proceso, allá por 1977, el campo tenía un dólar un 20% inferior al del conjunto de la economía. “Con este dólar el campo anda bien”, me decía un encumbrado funcionario, que venía del sector, ante los ojos azorados y el silencio de su secretario de Agricultura, Jorge Zorreguieta (su hija Máxima tenía apenas 5 años).

Segunda reflexión, y corolario. Si es así, habrá que asumir a las retenciones como un peaje necesario para transitar la autopista de la producción. No es cuestión de resignarse, sino de discutir las reglas. Aquí lo hemos dicho machacosamente, pero no perforamos. Por ejemplo, que se las tome como un anticipo a cuenta de Ganancias. “Es engorroso”. “Estoy en contra de los anticipos”. Nunca se consideraron seriamente, también con el argumento de que “son un pésimo impuesto”. Coincidimos. Pero cambiaría totalmente la ecuación productiva si en lugar de una quita de precios, que altera la relación insumo producto afectando el uso de tecnología, fueran un pago a cuenta del impuesto a las ganancias. Habría al menos una ficción de “precio lleno”, que es el objetivo.

Tercer punto, sobre el que insistiremos. Buscar la forma de que lo recaudado vuelva al sector. Si ha sabido crecer huyendo hacia adelante, imaginemos lo que podría suceder si los recursos que captura el Estado se orientaran prioritariamente al crecimiento de lo que sabemos hacer, y en manos de quienes lo están haciendo. Hay otra Pampa Húmeda que nos está esperando. Pero requiere de obras de infraestructura que, como las de la Cuenca del Salado, también son política de Estado. Ahí están los Bajos Submeridionales, las islas del Paraná, la cuenca del Bermejo, la sistematización y aprovechamiento de los ríos que bajan de la Cordillera para salinizarse en el mar con más pena que gloria. “Ni una gota de agua dulce al mar”, dice el ingeniero Anibal Colombo, un hombre que ha recuperado miles de hectáreas. Imaginemos, 150 mil millones de dólares en estos 20 años…

Muchos empresarios del agro, diría que los mejores, están buscando pista en otras regiones. Saben que los mercados están. Y saben cómo domar nuevas tierras. O cómo ponerle un piso adicional a sus explotaciones, agregando valor a lo que están haciendo. Sólo hay que ayudar a que las cosas buenas fluyan.

Fuente: Clarín Rural.