Desde comienzos del nuevo siglo, se nota la creciente vocación hegemónica de China en el mundo. Como EEUU viene, desde principios del anterior siglo, ejerciendo el papel preponderante a nivel global, especialmente a partir de la caída del muro de Berlín, la rivalidad entre ambos países es más que evidente.
La actual rivalidad está ejercida por un país de gran libertad y otro, con un gobierno central de alta discrecionalidad. Curiosa semejanza con la mitad del siglo pasado.
De hecho, bien podría llamarse al actual período como el de la segunda guerra fría. Pero a diferencia de la primera, donde el escenario de acción transcurrió en Europa central, ahora sucede en el Pacífico.
Pero, tanto EE.UU. como China tienen puntos débiles en esta carrera.
Hoy, EE.UU. sufre un fenómeno negativo: grandes fondos de inversión están girando hacia el euro o el yuan (renminbi). Así, el dólar se debilita. Está muy cuestionado, en un país donde la Reserva Federal imprime a tambor batiente, bajo un liderazgo que no habría de cambiar en caso de que gane el partido Demócrata. Por el contrario, se acentuaría.
A su vez, China también tiene lo suyo. En esta carrera por la hegemonía, a diferencia de EEUU, el país oriental tiene una seria desventaja: no puede autoabastecerse de alimentos.
Este cuadro portuario no es casual. Responde a motivos geoestratégicos para una China que no sólo busca exportar más, sino que quiere asegurar la entrada de commodities, como la soja. ¿Un ejemplo de ello? Por el aumento de exportaciones de soja estadounidense, el comercio agrícola EEUU-China alcanzó su máximo nivel en la historia, para esta época del año.
No debe olvidar el lector algo central: China tiene cerca de 400 millones de habitantes en un nivel de gran pobreza, que deben mejorar su nivel de vida y sus posibilidades de mejor alimentación. Ello es un desafío para la producción de soja, donde la demanda china debería continuar creciendo. Al respecto, permítanme abrir un paréntesis: el sudeste asiático tiene un potencial semejante.
La pandemia ha empujado a gran parte de los gobiernos del mundo a emitir dinero por encima de los niveles adecuados. Y, como se ha dicho, en esta política expansiva de dinero, EEUU no es para nada una excepción.
Con semejante cuadro inflacionario, la inversión tiende a dirigirse a los commodities. Grandes flujos de dinero prefieren estos bienes en lugar de activos financieros. El actual (actualísimo) mundo es de alta liquidez. Y, en este proceso, se destaca la soja, por su alta demanda real, su elevado consumo destinado a producir carnes y por ser un bien altamente transable. Como existe una alta expectativa sobre la posibilidad de que finalmente el demócrata Biden resulte ser el nuevo presidente, los agentes económicos toman como escenario muy factible un aumento aún de la inflación.
Esta, quizás, sea una de las grandes razones por la que China importa soja con fuerza nuevamente. Prefiere usar algunos bienes como la soja para reserva de valor, en lugar de una moneda que tendería a desvalorizarse. Algo parecido podría darse con el sudeste asiático.
Se estima que la importación de soja por parte de China podría llegar, en la campaña, a superar el nivel de 100 millones de toneladas. Y, de hecho, ya lleva comprada más de la mitad de la producción de soja (y maíz) estadounidense a cosecharse el año que viene.
Si a ello se agrega la mencionada debilidad del dólar en términos de las principales monedas, que potencia la capacidad de compra de los países extra-dólar más el reducido nivel de stocks, la menor cosecha en EEUU y la posibilidad de una baja productiva en América del Sur, a raíz de La Niña, el cuadro para los precios resulta de gran firmeza.
Fuente: Infobae.