Si bien se empezaron a registrar lluvias en buena parte de las principales zonas agrícolas, las dos semanas precedentes no tuvieron la misma suerte y se hizo notable el deterioro de los cultivos, gran parte de los cuales fueron afectados por una ola de calor intenso que redujo (y en algunos casos liquidó) los potenciales de rendimiento de la soja.
Es que en la zona agrícola por excelencia, la región núcleo pampeana, no se registraron lluvias por 17 días en algunas localidades, algunas de las cuales se quedaron sin reservas de humedad en el suelo.
Todo esto hizo que se comience a recortar el número que se trazó previo a la campaña de soja, dado que la producción nacional será menor de la esperada, justamente por esta “mini sequía” en pleno período crítico de la oleaginosa.
Aquellos que soñaban con una cosecha récord, que supere los máximos históricos de producción, deberán seguir esperando. Este no es el año. El récord, por ahora, quedará para lo que se cosechó en 2018/19.
La Bolsa de Comercio de Rosario estimó que luego de estas semanas sin lluvias y altas temperaturas, la caída en el rendimiento promedio de las sojas de alto potencial de la zona núcleo caería entre un 10% y un 30% a causa del daño que sufrió el cultivo en los últimos días.
Es por eso que le fuimos a preguntar a María Otegui, investigadora superior de CONICET, con lugar de trabajo en INTA Pergamino, y que a su vez es profesora titular de la Facultad de Agronomía de la UBA en la cátedra de Producción Vegetal, que es lo que pasó en estos 15 días para que las sojas se caigan como está a la vista de cualquiera. Y qué puede pasar si llueve.
Otegui describe el panorama actual de los suelos, asegura que estamos atravesando una sequía importante y remarca que las diferencias con la campaña pasada son mínimas; buenas, pero mínimas.
“Verdaderamente se ha instalado una seca importante, que nos encontró esta vez con reservas de agua en el suelo, a diferencia de la campaña pasada. Esa es la diferencia que hace que todo no esté directamente perdido como la campaña pasada”, anticipa a Bichos de Campo.
La especialista en ecofisiología analiza: “Había muchas expectativas para todos los cultivos de verano, porque a diferencia de lo que pasó con trigo, que arrancó una campaña con comparativamente menos recarga del perfil, o no toda la que hubiera sido deseable, para los cultivos de verano esa recarga más o menos se había completado. No arrancaron mal”.
Para recordar lo que estaba ocurriendo a comienzos de la campaña 2023/24 en la zona núcleo, aquellas sojas de primera que se sembraron en noviembre arrancaron a capacidad de campo, es decir, con buena disponibilidad de agua, incluso, en algunas localidades, con pequeños eventos de excesos hídricos hasta principios de diciembre.
Luego hubo una lluvia generalizada a mediados de diciembre, que si bien fue variable de acuerdo a cada región de la zona central argentina, aportó entre 60 y 70 milímetros. Hasta ahí se mantuvo el perfil del suelo en muy buena condición. Pero después dejó de llover. Y se prendió el “soplete”.
“A partir de ahí se instaló un periodo sin lluvias, que apenas se modificó un poquito con una lluvia de mediados de enero también. Para el caso particular de Pergamino fueron treinta y pocos milímetros”, dice Otegui, recordando el momento exacto donde todo se empezó a desmoronar. La falta de lluvias generó para los cultivos de soja condiciones desfavorables, pero también se sumó la ola de calor.
Explica Otegui: “Para la soja de primera, aquella que uno siembra a principios de noviembre, y que estamos en este momento en pleno periodo crítico de fijación de vainas, que arrancó más o menos en segunda quincena de enero y se va a extender hasta mediados de febrero, estamos arañando en el primer metro de suelo. A las sojas que todavía las vemos más o menos bien, es porque están sacando agua del segundo metro de suelo. El segundo metro de suelo es un aporte muy importante en el caso de los cultivos de verano”.
Pero la calor comenzó a secar las reservas de humedad presentes en el suelo. La red GEA de la Bolsa de Comercio de Rosario compartió un mapa que muestra la cantidad de horas por encima de los 30 °C en los últimos 10 días en la región núcleo. Y por casi 90 horas, los termómetros superaron esa marca. En promedio, es más de la tercera parte de cada día. Luego del 31 de enero, las mínimas de la región comenzaron a superar los 22°C.
“La planta es un radiador, es decir, es como el radiador de un auto y funciona como tal, como las personas también, sólo que nosotros nos podemos poner a la sombra y refrigerarnos duchándonos. Pero las plantas, para mantener una temperatura compatible con la vida, no tienen esa posibilidad” explica Otegui con analogías.
“Por eso es relativamente sencillo estimar lo que puede producir una ola de calor. Desde 35 a 37 grados empieza a tornarse crítico para la estabilidad de membranas. Le cuesta a la planta, si no transpira, que es lo que la hace funcionar como un radiador, sostener estabilidad ante esas temperaturas”, comenta la investigadora, para luego explicar las condiciones registradas llevaron al cultivo de soja a dejar en el camino al menos un 10% de rendimiento promedio.
Como resumen, Otegui repasa: “Por eso normalmente lo que uno ve como un síntoma de un golpe de calor, aun a veces habiendo agua en el suelo, es que se quema el follaje de la parte superior de toda la cubierta vegetal, porque incluso habiendo todavía agua en el suelo, muchas veces no se puede sostener la demanda de la planta”.
El escenario está aún abierto, con lluvias en el horizonte, pero a sabiendas que estas últimas dos semanas resultaron un gran golpe a los cultivos de verano, especialmente la soja. Algunas se recuperarán y esto será un mal recuerdo; otras, en cambio, se sumarán a otra campaña más en la que lo que se siembra no será cosechado.
Fuente: Bichos de campo.